El maestro de Ibn Hazm que buscó noticias de Córdoba
Cordobeses en la historia
Ahmad ibn Abd al-Malik ibn Suhayd perteneció a una estirpe de origen sirio, creció entre los sillares de Zahira, jugó con los hijos de Almanzor y murió desheredado de fortuna y reconocimiento
LOS orígenes de Ibn Suhayd entroncan con Siria y con la fidelidad a los omeyas. Llegaron a al-Ándalus en el emirato de Abderramán I; el bisabuelo llegó a ser visir de Abderramán III, cargo que heredó el padre, Abu Marwan, con una de las más grandes fortunas asociadas al Califato.
El Diwan de Ibn Suhayd al-andalusí traducido y comentado por James Dickie, recoge infinitas anécdotas sobre la complicidad de la saga con los emires, califas y con Almanzor, quien designó al padre gobernador de Valencia y de los antiguos territorios visigodos del Reino de Tudmir en el Levante. Su infancia fue, pues, la de cualquier niño de la aristocracia cordobesa asociada a la política que, ya por entonces, también estaba formada por unos cuantos apellidos y familias, repetidos siglo tras siglo. La de Ahmad ibn Abd al-Malik ibn Suhayd cultivaba la poesía y vivió el esplendor de Zahra. Su residencia en 992, fecha del nacimiento del poeta, estaba en la Zahira de Almanzor, en donde debió coincidir con Ibn Hazm. Allí se ambienta una anécdota con la hija de Sancho Garcés II de Navarra, madre de Sanchuelo, quien le regaló 5.000 dinares que el niño distribuyó entre sus sirvientes y conocidos.
El padre, que alcanzaba casi los 60 años cuando él nació, lo dejó huérfano con 11; uno después del final de Almanzor en Medinaceli, de las disputas entre los pro omeyas y los amiríes, la fractura que acabaría con el esplendor del Califato y, por extensión, con los privilegios de la élite. Pero no fueron los altercados la causa del alejamiento de los Ibn Suhayd de la Administración, sino una sordera que le hizo justificar el rechazo sufrido al aspirar al cargo de Secretario de Estado. Entendió, dice en el Diwan, que su oído debía ser "agudo cuando escuche" la voz del rey, al igual que el elegido debía "tener la nariz limpia" y el aspecto y aliento agradables, haciendo alusión a otros compañeros, a quienes debió dedicarles este Vituperio de un Secretario de Estado: "¡Desdichada la Secretaría de Estado que está a cargo de un viejo bobo que padece de reblandecimiento cerebral (…) y un aliento que, cuando te le acercas, apesta como si tuviera en su cartílago una rata muerta!".
Tras la extraña muerte del hijo de Almanzor, Al-Muzaffar, y la llegada de su hermano y posible asesino Sanchuelo, en 1009 se produjo el saqueo de Zahira, que fuera el hogar de Ibn Suhayd. En plena revuelta, se planteó marcharse a una almunia que el padre había dejado en Murcia o aceptar la invitación de un hijo de Sanchuelo que residía en Valencia. Pero adora su ciudad y le escribe: "Ella (refiriéndose a Córdoba) es una anciana decrépita, pero en mi corazón tiene la imagen de una joven hermosa". Es cuando se pregunta en uno de sus más célebres poemas: "¿Quién nos dará noticias de Córdoba…?". Era la Córdoba de la guerra civil del 1009, del asesinato de Solimán o del desgraciado nombramiento de Hixem II. Ibn Suhayd tenía diecisiete años; su amigo Ibn Hazm, exiliado en Almería, quince. El poeta, enferma y escribe: "¿Quién informará de mi estado a Ibn Hazm, él que fue mi ayuda?"
Era introvertido a causa de su sordera; las desgracias le tornan terriblemente descarado y su poesía empezó considerarse obscena. Crítico, independiente y cruelmente veraz, se granjeó la enemistad de los oficialistas, que pegados al poder de turno, recelaban de su clarividencia y capacidad para transmitir. Gracias a la incultura del califa al Qasim, propiciaron su encarcelamiento, acusándolo de frivolidad en sus composiciones. Él argumentó que sus versos respondían a una "imperiosa necesidad psicológica. Irónico comentario -escribe J. Dickie- a la incultura de los régulos beréberes". Decide marcharse y escribe: "Mi inteligencia me acarrea toda clase de disgustos; en esta tierra de la ignorancia el hombre más desgraciado es el sabio", y tituló el poema Con intención de huir a Málaga.
Ibn Suhayd pisa la cárcel mientras su amigo Ibn Hazm iniciaba su primer exilio de Córdoba, que duraría seis años y produjo su mítico El collar de la paloma. Al regreso, la amistad entre ambos, al más puro estilo ateniense, se estrecha; los dos años de diferencia convierten a Ibn Suhayd en el maestro que Ibn Hazm adora, como denota en estos versos: "Quisiera abrirme el corazón con un cuchillo, meterte dentro y entonces tapar el pecho, de modo que, estando en su interior, no pudieran ocupar ningún otro hasta que llegase el día…"; a lo que el compañero responde: "Fuiste tú, Ibn Hazm, cuando nos atragantamos con oportunidades que tropezaron, quienes las levantaste de sus tropezones". Ibn Jaqan corrobora aquella relación, "eran amigos puros y aliados verdaderos", y dice que jamás se les vio separados. Ibn Hazm se mantuvo siempre fiel al poema que improvisó en un día de lluvia y viento que no le impidió ir a ver al maestro: "Si el mundo nos separara como el océano separa a los continentes (…) el amor que siento por ti descubriría un sendero (…) ningún obstáculo podría impedirme llegar hasta ti". Una hemiplejía fue ese obstáculo y acabó con la vida de Ibn Suhayd en 1035. Dicen que en sus días finales "estaba tan preocupado por la liberalidad que casi se halló en la inopia antes de que le llegara la muerte". Su amado, Ibn Hazm, le sobrevivió treinta años, antes de morir, también desquiciado y refugiado en Niebla. Pero hasta el final, estuvo reivindicando la figura del maestro y su obra, tan amada por las clases populares como vetada por el poder.
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